Hasta que tuve unos 20 años, solíamos pasar las Navidades con nuestra familia rica. Ellos siempre han tenido casas grandes y espaciosas, con mesas de comedor aptas para acomodar a un montón de personas, aparte de los familiares, pues siempre les ha complacido tener invitados, yo no sé si en un gesto de generosidad o de ricos.
Mi padre nunca quiso implicarse demasiado en los negocios de mi familia rica, que empezaron tan de la nada como él, no sé exactamente el porqué, así que nosotros nos quedamos en clase media. Ellos son la demostración palpable de cómo gente corriente y si me apuran hasta cerril, sin demasiados conocimientos, pero lista para el dinero y sobre todo ambiciosa, puede llegar muy lejos, o podía, sobre todo hace unas cuantas décadas.
Aunque nunca me llevé demasiado bien con mi padre, nunca olvidaré sus modales de gentleman. De mi madre, aún admiro su capacidad para sobreponerse a las desgracias, la última de ellas ver cómo sus hijos se distancian entre sí hasta convertirse en extraños. Y también admiro su sentido del humor. Hace pocos días hablábamos por teléfono acerca del orden, como distribuir el espacio cuando hay poco y yo le decía: "No quiero acumular trastos porque el día que me vaya de esta casa quiero llevarme la maleta y poco más". A lo que ella me contestó riendo: "Bueno, yo tengo una ventaja, y es que el día que deje esta casa no voy a necesitar maleta".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.