miércoles, 24 de junio de 2015

El misterio termina como siempre

Decidimos enviar un mensaje de prueba, a ver como reaccionaba él. Su respuesta iba a ser definitiva, si se pasaba un pelo. Se acabó.
Sus mensajes eran tiernos, muy pensados, graciosos pero sin ninguna pretensión aparente.
Pasaron varios días, con una media de 30 mensajes diarios. Nos íbamos conociendo, llamadas, su voz era cálida.
Al final, como esperaba, me invitó a tomar algo. Quedamos en la plaza de Callao. Sólo como amigos, me repetía.
Tardé menos de tres horas en llevarlo a casa.
Tomaremos la última en mi casa, dije.
Pierden toda dignidad, todo romanticismo, ante la mínima posibilidad de follarse a una tía, cualquiera, y si además está buena, su cara resulta patética. No me importaba.
Estuvo a punto de decir que no venía, cuando le dije que si íbamos sería la última vez que me veía.
¿Por qué? Preguntaba, - porque no quiero a alguien que no me respete a mi lado. No lo entendió, siguió andando junto a mi, siguiéndome, en su nube desinhibidora llena de alcohol.
Llegó a casa en su nube, probablemente imaginándome desnuda, imaginando como íbamos a hacerlo, imaginando mi cama, mi cuerpo desnudo sudando, porque él, él que estaría dando lo mejor de si mismo, quería oírme gritar de placer.
Grité, sollocé y sucumbí de placer. Estaba detrás de mí, y sentía las gotas de sudor frías cayendo sobre mi espalda, sus manos resbaladizas me cogían por la cintura, golpeando nuestros cuerpos. La cama estaba deshecha, las sabanas por el suelo, la ropa por toda la habitación, terminamos sin aliento. Hacía calor, ahora sólo quería dormir abrazada a él, pero no era a él a quien quería abrazar, no a ese tipo de persona, quería abrazar el respeto por un ser amado, y él era lo más lejano al amor. Me sentí sucia después de utilizarle, debía desaparecer.
Ahora te tienes que ir, ya lo sabes. Me miró incrédulo. No pretenderás que siga creyendo en todas tus promesas, amigo, esto es lo que buscabas y lo has tenido, ahora vete. Se levantó. Y se fue. Sus llamadas durante meses, me recordaban lo penoso que fue verle obedecer sin la más mínima dignidad mis órdenes.

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